viernes, 4 de marzo de 2016

El testament de la Rosa

 El testament de la Rosa, es la película que muestra a la actriz Rosa Novell ciega y poco antes de morir de cáncer ensayando ante la cámara el que debía ser su último trabajo escénico y que nunca llegó a realizarse. Es un filme bellísimo, emocionante y que por encima de todo muestra a una gran actriz en la cima de su talento, haciendo de la mejor manera aquello para lo que nació, actuar. La cinta de Agustí Villaronga, estrenada en la Filmoteca de Cataluña en una sesión con familiares y amigos revestida de muchísima emoción, tiene momentos absolutamente extraordinarios, sublimes, en los que la vida —y la muerte— de Rosa Novell se incardina con inmensa sabiduría (la del cineasta y la de la actriz) en la obra que se ensaya, El testament de Maria, de Colm Tóibín, un monólogo de la Virgen en primera persona que finalmente llevaron a escena Villaronga y Blanca Portillo.
Uno de esos momentos de la película es cuando Rosa Novell relata la crucifixión de Cristo ofreciendo una inmensa lección interpretativa plena de detalles que la cámara de Villaronga capta con respeto y cariño pero también con la glotonería de un artista que reconoce el genio de otro. El blanco y negro de la película, de calidad expresionista en muchos momentos, muestra a la Novell, paradójicamente muy vital, en la que su rostro y su cuerpo débiles y asolados se revisten de una majestuosidad que hace pensar en Dreyer. Otro momento estremecedor de la película, que se proyecta en los cines Texas es, dadas sus connotaciones, el relato que la Novell como María, hace del episodio de la muerte y resurrección de Lázaro. Las frases e imágenes fluyen en un juego de significados y alusiones de los que, evidentemente, son muy conscientes tanto la actriz como el cineasta, que aparece en la película dándole la réplica a la Novell y dirigiéndola.
No pueden olvdarse otras escenas que dejan una honda impresión en la retina y la memoria, como las de la actriz caminando desenfocada, tendida en el lecho o sentada junto a su marido, el escritor Eduardo Mendoza, mientras este le lee. Esas y otras imágenes íntimas, así como retratos de juventud, se mezclan con las de los ensayos, cruzando lo personal y lo profesional. El filme incluye algunos momentos distendidos que hasta hicieron reír al público. “Ella quiso aprovechar hasta el último momento para hacer teatro”, señaló Passola, que recalcó que ese fue el motivo de que la Novell aceptara que la rodaran ensayando El testament de María. “No veía y sin embargo tenía una luz tremenda que es la que transmite la película”. Villaronga destacó “la entrega de Rosa” y dijo que lo que empezó como un favor a ella, para hacerle algo más llevadera la enfermedad, “se convirtió en un favor a todos nosotros”.
Mendoza explicó que “Cuando uno está al lado de un enfermo está más pendiente del convaleciente que de la persona. Ella quería hacer esta película. Quería morir haciendo de actriz”. El escritor dijo que ha visto la película pero que anoche no iba a volver a verla. “Aún no. Me golpeó mucho. Vi que no era un documental sino una verdadera película. No es un documento sobre una persona a las puertas de la muerte e invidente, sino el trabajo de una actriz actuando, y muy bien dirigida”. A recordar el texto que Rosa Novell recita sobre un montaje de fotos suyas: “El encanto y la belleza que irradiaba necesitaban de otro reino en el que prosperar”
Marcos Ordoñez  va escriure En junio de 2013, a punto de comenzar los ensayos de El testamento de María, de Colm Tóibín, a Rosa Novell le detectaron un cáncer en fase avanzada que le obligó a abandonar el proyecto. Perdió la vista pero no el coraje, y con el director Agustí Villaronga decidieron rodar fragmentos de la obra para dejar un recuerdo, un testimonio. El testament de la Rosa, presentado en la Filmoteca de Barcelona al cumplirse un año de su muerte, es mucho más que un documental o un homenaje: es una pequeña joya de 47 minutos. Es difícil verla sin golpes de llanto, pero acaba ganando la fuerza de su empeño y el tono, casi dreyeriano, de la mirada. El blanco y negro, la austeridad. El rostro de la actriz, con el cabello muy corto y los ojos ciegos pero encendidos, hace pensar: “En escena tenía que construir mi primer plano para que el público mirase mi cara”, cuenta Rosa. “Aquí, ahora, puedo ser yo, más próxima”. Ver a Rosa y Francesca caminar juntas,  a la orilla de un río tranquilo. Y entre dos luces a Eduardo Mendoza, su compañero, esa sombra benévola que lee para ella, al anochecer, y vigila su sueño en la casa de verano.
Las palabras de Tóibín y las de Rosa se mezclan como afluentes. Villaronga pregunta: “¿Qué hay de ti en el personaje?”. Rosa sonríe: “Dolor. Miedo. Serenidad”. Dice luego: “Cuando dejas de ver es como si nacieras de nuevo. Has de aprenderlo todo. Empiezas a ver por dentro. Mis manos y mis pies son ahora mis ojos”. Desfilan retazos de su juventud, funciones ya lejanas pero todavía vivas, resplandecientes. Rosa vuela en el tercio final de la película, ya dueña del texto, y te hace volar con su música. Canta, en un susurro, la nana más hermosa que se haya escrito, que jamás puede escucharse sin lágrimas: “La mare de Déu / quan era xiqueta / anava a costura / a aprendre de lletra”. Una nana para irse yendo. Y las últimas palabras de María, para siempre suyas: “Quiero volver al tiempo en el que el mundo era un lugar tranquilo. Quiero un tiempo en el que nada de todo esto que ha pasado tenga que pasar”.

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