Uno de los países más afectados por la crisis mundial ha sido Islandia, donde ha habido consecuencias gravísimas desde el año pasado, ya que la bonanza de su economía se sustentaba básicamente en la dinámica de los mercados financieros, crediticios y bancarios, el núcleo del problema. En esa pequeña isla desgajada de Europa, que tiene una superficie de poco más de 100 mil km2 -menos de la décima parte del territorio peruano- y una población de apenas 316 mil habitantes, la Bolsa de Valores cayó en un 77% en un solo día, el 14 de octubre del 2008, luego el Estado nacionalizó tres grandes bancos, el partido de gobierno dejó el poder después de 18 años, el FMI tuvo que rescatar al país de la bancarrota, la inflación galopó, el desempleo creció y el valor de su moneda, lakróna, se redujo a la mitad.
Pues bien, en esa cinematografía, que no ha dejado de hacer películas explotables internacionalmente, como el thriller Reykjavik-Rotterdam, han decidido registrar el colapso y el descontento social con una serie de documentales. El primero de ellos, Guð blessi Ísland (God Bless Iceland), opera prima como director de Helgi Felixson, realizó su estreno local ayer 6 de octubre. Esta coproducción con Alemania y Suecia recoge, en 70 minutos, testimonios de desconcierto, frustración y sobrevivencia, con frases descarnadas como “The money has left the country. There is nothing left”; “We don’t know anything. Nobody tells us anything”; “This is a totally new attitude for me”; “They were reckless and this was the result.” Vean el tráiler:
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