Adaptación de la novela superventas de Fiona Shaw, El secreto de las abejas es un drama romántico que no sólo cuenta la historia de amor prohibido entre dos mujeres de diferente clase social en un entorno cerrado britanico y prejuicioso, sino también la de un joven con la naturaleza. 25 años después del fracaso de Super Mario Bros., Annabel Jankel vuelve a dirigir una película con este relato, contado a través de los ojos de un niño, donde una colmena de abejas se convertirá en epicentro de sentimientos que florecen y las consecuencias de secretos que terminan, inevitablemente, al descubierto. Además de hablar de los problemas y el dolor al que se enfrentaban los homosexuales en la Escocia de los años 50, la película también habla sobre las relaciones interraciales y la discriminación sexual de una sociedad patriarcal que, poco a poco, empezaba a cambiar y ampliar sus miras. Anna Paquin (X-Men: Días del futuro pasado) y Holliday Grainger (Cenicienta) lideran el reparto como esta pareja de enamoradas que luchan, con coraje y generosidad, contra una época que no las acepta. Les acompañan Gregor Selkirk (T2: Trainspotting), Emun Elliott (Star Wars: El despertar de la fuerza) y Kate Dickie . En los 50, la Dra. Jean Markham vuelve a su pueblo natal, que abandonó años atrás en extrañas circunstancias, para encargarse de la consulta de su difunto padre. Allí llega el pequeño Charlie, magullado tras una pelea en el colegio, al que Jean animará a visitar sus colmenas y contarle sus secretos a las abejas como hacía ella. A través del muchacho, Jean conocerá a su madre Lydia, una mujer abandonada por su marido y mirada con recelo por sus vecinos, por la que se sentirá poderosamente atraida. Un peldaño mas en carrera de una niña que llego a la playa en un piano.
A principios de los años sesenta del siglo pasado, Sudáfrica seguía viviendo en un férreo régimen de segregación racial y supremacia blanca. Tras décadas de existencia, el partido Congreso Nacional Africano (CNA) contempló la necesidad de acometer acciones violentas para provocar fisuras en el régimen y conseguir reivindicaciones como el sufragio universal.
La matanza de 69 personas en unas protestas antigubernamentales celebradas en 1960 había contribuido, quizá , a este giro. Un brazo armado del CNA, La Lanza de la Nación, debía practicar actos de sabotaje mientras estudiaba y preparaba escenarios de guerrilla que podían derivar en un conflicto bélico abierto. Poco después, en 1963, algunos de los principales líderes de La Lanza de la Nación fueron detenidos. Se trataba de un grupo variopinto donde coincidían diversos opositores al supremacismo racial de la élite afrikáner: los activistas de piel negra cooperaban con aquellos que tenían ascendencia hebrea o india, y la lucha antirracista se entremezclaba con los idearios socialistas o comunistas. El documental trata principalmente del juicio consiguiente, del que no se permitieron captar imágenes. Hace uso, en cambio, de 256 horas de registros sonoros del proceso. En la exposición del pasado histórico y su recuerdo desde el presente, los autores priorizan el retrato de los encausados supervivientes durante el rodaje (Dennis Goldberg, Ahmed Kathrada, Andrew Mlangeni) y dos de sus abogados.
¿Cómo afrontar un relato audiovisual de un litigio del que no hay imágenes? Nicolas Porte y Gilles Champeaux usan elementos convencionales como el material de archivo que proporciona contexto histórico o las entrevistas retrospectivas a los afectados y sus allegados. Más inhabitual resulta el empleo de dibujos animados para acompañar visualmente las declaraciones de acusados y testigos, a menudo comentadas posteriormente por los mismos protagonistas
El trabajo de diseño gráfico es sugerente, aunque incluye decisiones cuestionables. Sus responsables apuestan por un cierto expresionismo que subraya su manera de mirar los acontecimientos. El fiscal Percy Yutar es representado como una cínica ave de presa que busca el momento para atacar. Quizá este énfasis estético resulta innecesario: su mismo hijo se muestra crítico con el papel de su padre, un jurista de credo judío que intentó destacar profesionalmente en un Estado supremacista mientras el gobierno le utilizaba para escenificar una falsa igualdad de oportunidades.
Porte y Champeaux relatan el núcleo del proceso legal de manera clara, no rehuyen la espinosa apuesta por el uso de explosivos, y se muestran sensibles al captar algunos momentos emotivos sobre el paso del tiempo y los sacrificios llevados a cabo. Su crónica concluye con un encuentro final entre tres acusados y dos abogados, que tuvo lugar en plena investidura de Trump.
Los responsables del documental hacen un esfuerzo para proporcionar una mirada panorámica de la realidad sudafricana del momento, conciliándo el habitual europeismo en el conocimiento de la historia por parte de la audiencia. Inevitablemente, el resultado solo es un resumen de un conflicto de larguísimo recorrido, con muchas ramificaciones éticas y políticas sobre la historia de las colonizaciones, reales y aparentes o las apuestas por la violencia armada como estrategia desestabilizadora de opresiones consolidadas.
Si los autores apenas pueden cubrir todos los aspectos del juicio, menos aún pueden abarcar las condenas y causas paralelas que afrontaban acusados como el mismo Mandela. Los 104 minutos son suficientes para expandir esa historia oficial que tiende a limar progresivamente las aristas de sus iconos. El Mandela demonizado por el apartheid fue modelado progresivamente como un estadista dialogante, pero el filme nos recuerda su implicación en la deriva armada del CNA.
Los autores del filme despiden al espectador con un final relativamente tranquilizador, regresiones al margen: los acusados evitaron la pena capital y eso posibilitó que, tras más de 20 años en prisión, Mandela recobrase la libertad para convertirse en presidente del Sudáfrica.
Otro documental reciente de producción francesa, Winnie, puede servir de complemento de este desenlace. En el filme, Winnie Mandela reivindica el papel político que asumió durante el largo encarcelamiento de su futuro ex-marido y denuncia las concesiones que este hizo al establishment afrikáner y al capitalismo transnacional. El sabor agridulce que deja El Estado contra Mandelay los otros, con sus superaciones relativas de vergüenzas históricas, resultaría todavía más ácido con ese recordatorio. Y esa es otra constatación de que una historia suele tener un final feliz solamente cuando no te la han contado toda.