.Documentando el rodaje de El emperador de París, el cineasta francés Jean-François Richet compone un curioso biopic de François Vidocq, el policía y detective que sirvió de inspiración a dos genios para crear a varios personajes: a Edgar Allan Poe para al detective Chevalier Auguste Dupin, que debutaría en ”Los crímenes de la calle Morgue” y a Victor Hugo para idear dos de los personajes principales de "Los miserables" como son Jean Valjean y el inspector Javer
Seguro que visiono la filmografía previa: la versión más conocida es la de Gérard Depardieu, que lo interpretó en 2001 en la película de Pitof Vidocq: El mito pero hay dos películas anteriores Vidocq de 1939 dirigida por Jacques Daroy y Escándalo en París de 1946 de Douglas Sirk.
No obstante, las principales fuentes para crear El emperador de París han sido dos: las propias memorias del protagonista y la serie de trece episodios Les nouvelles aventures de Vidocq emitida entre 1971 y 1973. Bajo el imperio de Napoleón, François Vidocq, el único hombre que ha conseguido escapar de las más grandes penitenciarías del país, es una leyenda de los bajos fondos parisinos. Dado por muerto tras su última gran evasión de un barco en el que se hallaba cautivo, el expresidiario intenta pasar desapercibido tras el disfraz de un simple comerciante.
Sin embargo, su pasado lo persigue, y después de ser acusado de un asesinato que no ha cometido, le propone un trato al jefe de policía: se unirá a él para combatir a la mafia, a cambio de su libertad entregándole a los hombres que en el pasado fueron sus compañeros de celda. A pesar de sus excelentes resultados, provoca la hostilidad de compañeros del cuerpo así como del hampa, que ha puesto precio a su cabeza.
Lejos de pretender presentarlo como un héroe infalible, Richet y Besnard conjugan su talento a la hora de abordar el guión para mostrar sus contradicciones, ahondando en sus proezas sin dejar de lado su humanidad. En pocas palabras: lo vemos sufrir, equivocarse y sudar la camisa. Gran parte de la credibilidad del personaje recae en la labor interpretativa de un impecable Vincent Cassel, con quien Richet ya había trabajado en la película Una semana en Córcega y anteriormente, en 2008, en la celebrada miniserie Mesrine, con la que se alzó con el César de la Academia francesa de cine como mejor director. Lo primero que hay que elogiar es el contenedor, porque desde luego El emperador de París es un festín para los ojos: sin caer en manierismos, las reconstrucciones de las calles y los entornos, ya sean estos más humildes o más lujosos, es de lo más acertada y absorbente. Lo mismo sucede con el diseño de vestuario y la fotografía, que nos sumergen de lleno en la época. Respecto a la realización, Richet sabe por dónde quiere llevar a su elenco y es firme y contundente en cada escena de acción: las coreografías son de lo más verosímiles y los golpes parecen doler tanto como las estocadas o los disparos. En la narración, que sirve de "precuela", por decirlo así a su periplo una vez convertido en el primer director de la Seguridad Nacional de Francia, hay espacio para un fugaz romance, disquisiciones políticas y un laberinto de sensaciones intrincadas para Vidocq, a medio camino siempre del bien y el mal, con un pie en el cadalso y otro en la jefatura de la policía. Aupado por unos, considerado un vil traidor por otros. Uno de los aspectos más criticables es el de la composición de la banda sonora: en esta ocasión Marco Beltrami y Marcus Trumpp, no consiguen darle el empaque épico que demanda la historia en determinados pasajes, contribuyendo así a que el ritmo se torne algo plomizo. Solo en los impases finales se puede disfrutar de su trabajo.
El emperador de París es, en suma, una muy digna cinta de entretenimiento que nos acerca a una dimensión muy humana del popular personaje. Es fácil empatizar con él y acompañarlo en este viaje y Vincent Cassel es, desde luego, un protagonista ideal, tan físico como vulnerable (deseando estamos verlo en la tercera temporada de Westworld). Sí que se hecha en falta algo más de desarrollo de personajes secundarios como la baronesa, encarnada en la enigmática Olga Kurylenko, cuyo personaje deja arrojado el guante de una posible secuela. En caso de que llegue a buen puerto, cuentan con toda nuestra atención.
Sin embargo, su pasado lo persigue, y después de ser acusado de un asesinato que no ha cometido, le propone un trato al jefe de policía: se unirá a él para combatir a la mafia, a cambio de su libertad entregándole a los hombres que en el pasado fueron sus compañeros de celda. A pesar de sus excelentes resultados, provoca la hostilidad de compañeros del cuerpo así como del hampa, que ha puesto precio a su cabeza.
Lejos de pretender presentarlo como un héroe infalible, Richet y Besnard conjugan su talento a la hora de abordar el guión para mostrar sus contradicciones, ahondando en sus proezas sin dejar de lado su humanidad, lo vemos sufrir, equivocarse y sudar la camisa. Gran parte de la credibilidad del personaje recae en la labor interpretativa de un impecable Vincent Cassel, con quien Richet ya había trabajado en la película Una semana en Córcega y anteriormente, en 2008, en la celebrada miniserie Mesrine, con la que se alzó con el César de la Academia francesa
La realización, Richet sabe por dónde quiere llevar a su elenco y es firme y contundente en cada escena de acción: las coreografías son de lo más verosímiles y los golpes parecen doler tanto como las estocadas o los disparos.
En la narración, que sirve de "precuela", por decirlo así a su periplo una vez convertido en el primer director de la Seguridad Nacional de Francia, no siempre hay espacio para un fugaz romance, disquisiciones políticas y un laberinto de sensaciones intrincadas para Vidocq, a medio camino siempre del bien y el mal, con un pie en el cadalso y otro en la jefatura de la policía. Aupado por unos, considerado un vil traidor por otro. No siempre la banda sonora: en esta ocasión Marco Beltrami y Marcus Trumpp, no dan la epoca que demanda la historia en determinados pasajes, problema que resuelve en losminutos finales.
El emperador de París es una digna cinta de entretenimiento que nos acerca a una dimensión muy humana del popular personaje. Vincent Cassel es un protagonista ideal, tan físico como vulnerable. Se hecha si acaso en falta algo más de desarrollo de personajes secundarios como la baronesa, encarnada en la enigmática Olga Kurylenko, cuyo personaje deja arrojado el guante de una posible secuela
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