martes, 23 de julio de 2019

Utoya, 22 de julio

Kaja, una adolescente de 18 años, disfruta con sus amigos en un campamento de verano para estudiantes en una isla cercana a Oslo. Es 22 de julio de 2011, y todo el país está conmocionado tras la explosión de una bomba en un edificio gubernamental de la capital. Los jóvenes intentan tranquilizar a sus familias diciéndoles que están lejos del lugar del atentado. Pero la calma se desvanece cuando se empiezan a escuchar  disparos en la isla. Kaja tratará de sobrevivir entonces en medio del caos. El cineasta noruego Erik Poppe (Mil veces buenas noches, La decisión del rey) recrea en Utoya. 22 de julio lo que fue el fatídico día del verano de 2011 en el que más de 500 jóvenes, reunidos en un campamento de verano de estudios políticos en la isla de Utoya, fueron atacados por un hombre armado de extrema derecha. Protagonizada por Andrea Berntzen (en lo que fue su debut), la película está rodada en el mismo lapso de tiempo que duraron los atentados, en un intento del realizador de aproximarse lo máximo posible a lo que fue una realidad que acabó con la vida de 77 personas, adolescentes en su mayor parte. El director Poppe, que durante muchos años fue reportero de guerra, se vuelca con su cine en el análisis de temas de máxima actualidad, como demostró en Mil veces buenas noches (protagonizada por Juliette Binoche y Nikolaj Coster-Waldau), en la que rindió homenaje a su antiguo oficio, y como demuestra en esta, al reflexionar acerca de la fragilidad de los ciudadanos en una sociedad violenta en la que se está reviviendo el auge del fascismo europeo. Tras su paso por la Sección Oficial del Festival de Berlín, Utoya. 22 de julio compitió por la Espiga de Oro en la Seminci de Valladolid, además de obtener en los European Film Awards el Premio a la Mejor Fotografía para el operador Martin Otterbeck.Cabe destacar tambien el limitado uso de encuadres, la mejor reconstruccion e los hechos y la disponibilidad de actores como Aleksander Holmen, Brede Fristad., Ada Eide o Sorsh Sadat. Imprescindible reconocer que somos unos superivientes.

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