martes, 17 de diciembre de 2019

el escritor de un pais sin librerias



A los colonizadores de la actual Guinea Ecuatorial no les gustaban los nombres indígenas, y por eso, como a los demás niños de su generación, a Juan Tomás Ávila Laurel (Annobón, 1966) le afiliaron con el topónimo de una de las provincias españolas: ‘Ávila’. Lo cuenta el propio afectado en este documental que arroja algo de luz sobre la figura de este escritor, prácticamente desconocido en España, y sobre un país que no lo es menos. Dirigida por Marc Serena, cineasta y escritor catalán con la mirada puesta en el continente africano, concede la palabra a Juan Tomás, una de las voces más críticas y menos invisibles con la dictadura de Teodoro Obiang, militar de carrera -cursada en Zaragoza, en tiempos de Franco– que lleva más de 40 años sometiendo a sus súbditos con mano de hierro, fuera del foco de la mayor parte de las democracias occidentales. Aunque está más cerca, la antigua Guinea Española no llena tantos telediarios como otras repúblicas bananeras, y así se eterniza la mayor parte de su población: paupérrima, incomunicada, oscura, sin agua potable y sin cultura, como bien relata el escritor, punto de ancla de la narración. Aunque lo verdaderamente escalofriante, para el observador distante, es lo mucho que se van aproximando los hábitos de aquellos sátrapas con los de nuestros supuestos rectores, como bien delatan las imágenes de archivo de Teddy, el hijo de Obiang, plenamente integrado en la vacua ostentación de la civilización global.
Las imágenes menos vergonzantes proceden de la narración oral de este escritor que ha tenido que relegar de su castellano adoptivo a la hora de publicar y que explica como en su país (pese a poseer fecundas reservas naturales de petróleo, gas y metales preciosos), se sobrevive gracias a la pesca y al cultivo, y por eso es que sus paisanos utilizan los mismos maderos para construir los cayucos que para dar forma a sus ataúdes. Otras secuencias también, como la del retrato familiar, despiertan la comicidad, y la ternura del espectador, lo que mezcla bien con la indignación que provoca ese discurso acentuado con rap y música étnica.
El escritor de un país sin librerías es una película de por sí valiosa, si bien la articulación y el esmero de determinados pasajes (esa animación colorida y naif funciona muy bien con la literatura de Juan Tomás) no se corresponde con lo apresurado de otros planteamientos de la escena.

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