Como en El sueño del perro, su primer largometraje, Paulo Pécora cuenta la historia de un hombre parco que escapa de la ciudad y del pasado, y se instala en el delta del Tigre. Utiliza ese mismo puntapié inicial de su debut pero, como si cruzara de orilla, lleva esa premisa hacia el lado opuesto. El camino de redención del film anterior poco tiene que ver con este descenso a las oscuridades. El punto en común de las dos películas, está en los silencios que marcan las personalidades.
Germán de Silva es un tipo de muy pocas palabras y Pécora aprovecha ese rasgo de su protagonista para escatimarle información al espectador y dejar que los datos fluyan con naturalidad a medida que avanza el relato. La historia puede resumirse en que un ladrón se esconde unos días y, hasta que lo encuentran, vive en paz con dos mujeres, porque el cine de Pécora está mucho más centrado en los climas que en las acciones. El director se reclina apenas sobre el género, una mezcla del forastero típico del western y el policial negro, con su malhechor que se encamina a un destino inevitable aunque busque enderezar su vida, para que sean los climas quienes se apoderen de la película. Susana Varela y Mónica Lairana también tienen tan pocas pulgas como palabras. Llama la atención el anclaje en las imágenes y el desinterés por la palabra para un cineasta cuya principal actividad es el periodismo, como si Pécora buscara dejar bien claro que puede diferenciar las dos actividades y, sobre todo, permitir que las imágenes sean las que hablan por él.
Germán de Silva es un tipo de muy pocas palabras y Pécora aprovecha ese rasgo de su protagonista para escatimarle información al espectador y dejar que los datos fluyan con naturalidad a medida que avanza el relato. La historia puede resumirse en que un ladrón se esconde unos días y, hasta que lo encuentran, vive en paz con dos mujeres, porque el cine de Pécora está mucho más centrado en los climas que en las acciones. El director se reclina apenas sobre el género, una mezcla del forastero típico del western y el policial negro, con su malhechor que se encamina a un destino inevitable aunque busque enderezar su vida, para que sean los climas quienes se apoderen de la película. Susana Varela y Mónica Lairana también tienen tan pocas pulgas como palabras. Llama la atención el anclaje en las imágenes y el desinterés por la palabra para un cineasta cuya principal actividad es el periodismo, como si Pécora buscara dejar bien claro que puede diferenciar las dos actividades y, sobre todo, permitir que las imágenes sean las que hablan por él.
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