jueves, 9 de mayo de 2019

el bailarin

Era complicado encontrar para el film un actor veraz que bailara e interpretara, Despues de una casting agotador. Oleg Ivenko fue el elegido, ucraines y al que le reconocian un cierto parecido con Nureyev. Dividido en dos partes, la inseguridad en tierra y la leyenda en la danza. La tercera película como director de Ralph Fiennes es un lujo para el interés y la vista del espectador, que podrá elegir entre sus varias atracciones y tentaciones: el personaje central, Rudolph Nureyev; el apunte biográfico de su azarosa salida de la Unión Soviética; la cuidada puesta en escena, especialmente en lo que atañe a la filmación de las numerosas escenas de danza; la estructura de la narración, anárquica en los tiempos, prolija en «flashback» y elocuente en los vaivenes mentales y sentimentales del bailarín y sus circunstancias (el guion de David Here), o la precisión de elecciones actorales y de peso interpretativo entre profesionales de la danza y de la actuación.
Nacido en el tren que llevaba  a su madre a encontrarse con su padre, policia politico del Ejercito Rojo, con el que tuvo una desgraciada infancia, muchas veces con falta de cursos para comer. Sometido a vigilancia por toda Europa, narra el film a traves  flash backs, la huida del aeropuerto de Paris por ejemplo, cuando era obligado a volver a  Leningrado. La película se centra en la primera vez que salió de la Unión Soviética Rudolph Nureyev, en 1961, entonces integrante de la Kirov Ballet Company, que tenía programadas unas actuaciones en París, y se organiza narrativamente con un entretejido de momentos de la fascinación de la entrada en París, y momentos de la infancia y de su formación junto a Aleksander Pushkin, célebre maestro de bailarines de San Petersburgo que interpreta el propio Ralph Fiennes con enorme peso dramático y en un ruso a pelo.
Basado el guion en una novela de Julien Kavanagh, bailarina retirada por un accidente y que obtuvo la admiracion de Fiennes que compro rapidamente los derechos del libro  de Kavanagh. El director consigue, mediante su mixtura de tiempos y propósitos, el colorido y el blanco y negro, abrir una ventana al interior de Nureyev, su personalidad fuerte y egoísta, sus dudas personales y su tozudez artística, su confusión y titubeos entre acciones contradictorias como el «quedarse» o «irse» en sentido amplio, como el sentimental, el sexual o el ideológico. También se integra al relato como personaje clave, además del Pushkin maestro, el de Clara Saint, la joven francesa que interpreta. Adèle Exarchopoulos, que bien podrían ser los ojos del espectador ante la insolencia del genio, entre la fascinación y la irritación. El andamio de Nureyev lo construye en la pantalla Oleg Ivenko, un bailarín profesional que debuta como actor y que trasmite potencia en el salto y antipatía en el trato, es decir que probablemente cumple el propósito del retrato de Fiennes con su figura, pletórica en lo escénico y discutible en lo mundano.

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