Quizá los millones recaudados no deslumbren a nadie a estas alturas, pero es que su presupuesto fue de 73, lo que equivale a que su taquilla casi multiplicó por cinco su coste. Poco importaba entonces que fuera mejor o peor, así que Sony y Rovio tardaron bien poco en dar luz verde a una secuela. Las pocas esperanzas que habia de superar la primera entrega, nos lleva. No es que sea una revolución respecto a lo que ya vimos en la anterior película, pero aquí sí que se saben utilizar mejor los ingredientes a su disposición.
Donde llegan las diferencias es en la construcción de la historia básica y con tendencia a soluciones cuestionables para salir del paso, pero hace un uso del humor mucho más acertado, ya que se mantiene el tipo de bromas de la primera entrega, pero se expande, sabiendo cuándo ha de apostar por lo entrañable -la singular misión en la que se embarcan unos pollitos- o coquetear con el absurdo.
El relato sigue siendo igual de convencional y que la moraleja final sigue una línea similar pero ajustándose a la nueva situación de su protagonista. El guion firmado por Peter Ackerman, Eyal Podell y Jonathon E. Stewart, no cae en subrayados innecesarios y deja que todo fluya con más naturalidad en una apuesta decidida por el humor. De echo no deja de ir a más y es la tabla de salvación de la película. El director Thurop Van Orman abraza esa locura en todos los frentes, sabiendo que según avanza la historia van siendo más evidentes sus limitaciones. De esta forma, ‘el film’ cumple como pasatiempo.
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