Es ya todo un tópico mostrar en una película eso tan manido de la confusión de la juventud, su falta de objetivos concretos y su sentirse perdidos y deportados ante una sociedad indiferente que ni los comprende ni los entiende. Sin salirnos del cine clásico de Hollywood, en cualquier caso,es que siempre hay un interés por intentar entender la problemática de la juventud de su época reflejando cómo era esta, desde una mirada más o menos paternalista, pero nunca obviando la importancia que los errores que cometemos como sociedad revierten de manera directa en nuestra juventud. Quizá no se trate de vivir en una época concreta, pues estos problemas se repiten y pasan de una generación a otra con cambios aparentes pero con el mismo fondo, sino tan solo de ser jóvenes y buscar un lugar en el mundo. El entorno que crea la sociedad, que creamos nosotros mismos como animales que vivimos en ella, es igual de hostil en cualquier época.
L’âge atomique (Héléna Klotz, 2012) intenta reflejar esto mismo aplicado a la juventud de nuestros días. Para ello se vale de dos amigos que salen una noche. La verdad es que con un ánimo bien lúgubre, uno no entiende por qué no se han quedado en casa leyendo un buen libro. Así que nos lo creemos a duras penas, a pesar de que los dos tipos no hacen sino lloriquear, quejarse amargamente y decir puras tonterías en primer plano. Dos tristes que, la verdad, da igual que la sociedad los comprenda o no porque ya están amargados por principio. Da igual que estén en una discoteca o paseando por la calle a altas horas de la madrugada: ellos sufren mucho y ponen todo el rato cara de dolor y de estar pasándolo bastante mal. Harían mejor en irse a dormir. Pero de nuevo deben seguir adelante porque si no la película se acabaría. Tampoco es que dé mucho de sí: 67 minutos de los que cinco son los títulos de crédito finales. A la Klotz le cuesta llegar. Y eso que el trabajo de puesta en escena es nulo, respondiendo a la ley del mínimo esfuerzo: el plano contraplano parece ser su única marca de estilo. La Klotz, con una pereza digna de mejores siestas, parece empeñada en demostrarnos que desconoce las más básicas normas del lenguaje cinematográfico. Las escenas se acumulan a golpes y sus correspondientes contras,y las secuencias se suceden sin progresión ni ritmo, vacías de contenido porque visualmente no tienen sentido. Es como leer un libro plagado de faltas ortográficas: es difícil expresar algo cuando no se sabe cómo hacerlo.
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