Desvencijado y pedante como el mismo esta incursión al cine de Ryan Gosling, cuyos fuegos artificiales ya fueron ignorados en Cannes. Su ejercicio no es una aproximacion a su América profunda sino cuatro notas concebidas como surrealismo abstracto, como si nos mostrara su simbología universal pero muy particular. Sin sustentarlo en ninguna base medianamente solida, desarrolla su catarsis a base de citas que pretenden hipnotizar de cara a la tragedia final, siempre presagiada. La maldad reducida a un suburbio de Detroit, con un club el lobo malo, en el que además se producen extrañas actuaciones musicales o se quema una bicicleta por ejemplo. Y una madre soltera intenta sobrevivir con dos pequeños hijos. Una amalgama de collages, de copias interpretadas que no ha ido muy lejos a buscar. Entre los directores para los que ha trabajado ha tenido bastante, como Terrence Malick o Ruben Fleisher. Los que ayudan a Gosling en su paranoia cinematográfica son Chrisitna Hendricks, Ben Mendelsohn, Iain de Caesteker y Saoirse Ronan con la aparición de Eva Mendes, que por si sola valdría la película.
lunes, 20 de abril de 2015
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