sábado, 27 de abril de 2019

Terry Willy planeta desconocido

Antes de que el hijo de Will Smith transitara solo por un planeta lleno de peligros en la seguro peor película de M. Night Shyamalan, After Earth, Robinson Crusoe ya se había encontrado abandonado a su suerte en Marte. Orbitando tanto el flojo film con Jaden Smith como el pequeño clásico dirigido por el especialista Byron Haskin, Terra Willy: planeta desconocido une la aventura de supervivencia (infantil) con el acercamiento a ese género por parte de intocables de la literatura como Daniel Defoe o Julio Verne. Como si de un Julio Verne se tratara (lógico: este largometraje de animación comparte la nacionalidad francesa), la película permite reconocer en su orografía, en la de ese mundo peligroso y desconocido, al centro de la tierra que visitara Otto Lidenbrock, la isla misteriosa a la que arribaran los fugados de un penal militar, y los dos años de vacaciones como náufrago de unos chavales no muy alejados al protagonista del film que nos ocupa.
No es, con todo, lo más importante el legado aventurero de esta odisea, este regreso a casa, protagonizado por un niño y un robot, al cual se unirá un ser que acaba pareciendo una suerte de copia del Desdentao de la trilogía Como entrenar a tu dragón (lo más endeble de la propuesta). Aparte de la continua lucha del crío contra las criaturas ciclópeas y el medio ambiente hostil del planeta desconocido (una nietzscheniana lección rápida sobre el dolor, el esfuerzo y las metas en la vida), Terra Willy… es la crónica de la desaparición (casi sin darse cuenta) del niño para dar paso a la del adolescente, el prospecto de adulto presto ya a abrazar la amargura en la mirada, incluso en la alegría del abrazo en un reencuentro. Tan iniciática y crepuscular respecto al fin de la infancia como el Walkabout de Nicholas Roeg o el cortometraje Amblin del recién citado autor de Encuentros en la tercera fase, la cinta firmada por Éric Tosti sigue ese sendero de madurez a la fuerza y prematura con un bonito distanciamiento sentimental, personificado en la figura del robot de salvamento, aprendiendo a entender la diferencia entre un estado de ánimo y un sentimiento.

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