viernes, 5 de febrero de 2010

El padastro

Diriamos que Nelson McCormick tiene buena letra para el cine. Cuenta para su escritura con acotres televisivos como Dylan Walsh, Penn Badgley o Amber Heard. Es un remake del 1986 partiendo de un guion mas que correcto de Donald Westlake, sin proponer practicamente ninguna variacion. Solo varia que ahora es un hijastro en vez de una mujer quien duda de las intenciones de su nuevo padre.
La duda crece generando una investigacion sobre su pasado que les llevara a consecuencias terribles.
Segunda parte de una saga que necesita desesperadamente una reinvindicación, El padrastro 2 llega para mostrarnos todo lo que una secuela debe ser. En esta ocasión, el director y el guionista John Auerbach nos ofrecen la misma premisa base de la original dando al mismo tiempo un nuevo ángulo de narración que de hecho complementa a la cinta de Joseph Rubens. Al ser una secuela, es cierto que pierde la frescura de la primera parte, pero eso quizás sea lo único que se le pueda reclamar ya que, en muchos aspectos, llega incluso a superarla. Entre otras cosas, la película libera a la saga de sus influencias del cine de Hitchcock para contarnos una historia que continúa inmediatamente después de la original, con nuestro asesino ya en la cárcel. Tras su meticulosa pero brutal fuga, asistimos a una repetición de los motivos de la primera película pero recorriendo el camino contrario; si en El padrastro (1987) veíamos al asesino ya con su familia y presenciábamos el desmoronamiento de su plan, en esta ocasión lo vemos comenzar de cero y utilizar todo su ingenio para insertarse en otro grupo familiar (de allí el título en su versión original, Make Room For Daddy). El argumento esta vez es mucho más sencillo pero al mismo tiempo mejor llevado, sin subtramas como la del familiar que investigaba los crímenes en la primera película. Y a pesar de que los giros argumentales están ausentes, la cinta es por otro lado mucho más estilizada que la original a la vez que mucho más sangrienta, combinación que haría las delicias de los padrinos del horror italiano, obvias fuentes de inspiración de esta secuela.
Asimismo, el discurso sobre la familia de la primera parte nuevamente ocupa lugar preferencial. La película coincide en una época de transición en la sociedad estadounidense durante la presidencia de Reagan, tiempos en los que el término “valores familiares” estaba en boca de todos como la auténtica base de la sociedad; no por nada el asesino se hace pasar en esta ocasión por un psicólogo especializado en terapias de familia, hecho que no sólo le sirve de fachada sino también de medio para localizar a su próximo objetivo. Sin embargo, lecturas sociológicas aparte, sería un error no hablar de lo que es, una vez más, el alma de la película: el padrastro. Su actuación es realmente lo mejor de la cinta, perfectamente comedida pero a la vez creíble como amenaza, sobre todo en un sangriento clímax que transcurre (como no) en una boda. El hecho de que en esta ocasión se lleva bien con el hijo de su prometida es también un gran acierto ya que no sólo evita el ya manido recurso de hacer del niño el héro sino que encima ayuda a que el público sienta realmente el peligro por el que pasa la familia. El único error de casting, según como lo veo, sería la actriz que interpreta a la madre, Meg Foster. Sin importar como esté escrito su personaje, los ojos de esa mujer dan miedo y flaco favor le hace a su papel de víctima el que, en muchas ocasiones, parezca más peligrosa que el propio Terry O'Quinn, sobre todo cuando se altera y alza la voz.
Pero esto es, dentro de todo, algo marginal; lo cierto es que El padrastro 2 es una secuela digna de ser revisada ahora.

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