James Tusty y Maureen Castle Tusty son los autores en el 2006 de este documental musical revolucionario. La mayoría de la gente no piensa en música cuando piensa en revoluciones. Pero fue la canción el arma elegida entre 1986 y 1991, cuando los estonios intentaron liberarse de décadas de ocupación soviética. Durante esos años, cientos de miles de personas se reunieron en público para cantar canciones patrióticas prohibidas, iniciando el camino a la independencia. "Los jóvenes, sin ningún partido político, y sin los políticos, nos juntamos... no sólo decenas de miles, sino a cientos de miles... a recordar y a cantar, y a darle a esta nación un nuevo espíritu", comenta Mart Laar, uno de los líderes de la revolución cantada que aparecen en la película y que fue Primer Ministro postsoviético de Estonia. "La Revolución Cantada" narra la conmovedora historia de cómo el pueblo estonio recuperó su libertad pacíficamente, ayudando a derrocar el Imperio Soviético. "Esta es una historia que no se ha contado fuera de Estonia", dijo el cineastaJames Tusty, que es de origen estonio. "Nos pareció que era el momento de que el resto del mundo supiera de los increíbles acontecimientos que sucedieron aquí".
Luces apagadas, todo el mundo en su asiento y acción. En el extenso reportaje realizado en 2006 y de más de una hora y media de duración se recuerda como entre 1987 y 1991, miles de estonios se reunieron públicamente para cantar canciones patrióticas prohibidas por el régimen de la URSS. Era su forma de luchar contra la ocupación soviética y reclamar su independencia sin necesidad de una guerra.
Estonia es el referente para el independentismo catalán y la película de los estadounidenses James Tusty y Maureen Castle Tusty reflejó el camino a seguir. “Revolución Cantada” es un término que utilizó el activista estonio Heinz Valk para titular un artículo sobre las manifestaciones espontáneas de junio de 1988 en el Campo de las Canciones (Lauluväljak) de Tallin. En ese emblemático espacio, donde los estonios se reunen desde 1869 para celebrar el Festival Estonio de la Canción (Laulupidu), miles de personas cantaron himnos y canciones nacionalistas. “Esta es la historia de cómo la cultura salvó a una nación”, dice la narradora del documental.
En 1944, el compositor Gustav Ernesaks puso una melodía nueva al poema Mu isamaa on minu arm (Mi patria es mi amor), escrito por Lydia Koidula. Esta canción se convirtió rápidamente en un himno nacional no oficial y, pese a estar prohibida por los soviéticos, se cantaba -en estonio, no en ruso- en los festivales de la canción de Tallin, en uno de los pocos actos de resistencia ante el férreo régimen.
Con la perestroika, los estonios empezaron a desafiar la ocupación por parte de la Unión Soviética. En junio de 1988, mientras se celebraban los ‘Días de la Ciudad Vieja’ de Tallin, el cantante Ivo Linna y su grupo comenzaron a cantar canciones patrióticas compuestas por Alo Mattisen. Centenares de personas les acompañaban en una plaza del centro de la capital. Con los soviéticos vigilando de cerca y cada vez más nerviosos ante lo que estaba sucediendo, Linna paró el concierto y dijo: “No podemos cantar ciertas canciones aquí. Vamos al Campo de las Canciones y continuamos allí”.
Alrededor de 100.000 personas (en un país de 1,3 millones de habitantes) le siguieron. Durante varias noches, los estonios se reunieron para cantar los himnos prohibidos y empezaron a aparecer banderas nacionales de Estonia (azul, negra y blanca), que habían estado guardadas en secreto durante casi medio siglo. La primera la mostraron unos chicos montados en una motocicleta que recorrió el perímetro del Lauluväljak. “Rápidamente la zona se llenó de banderas. Parecía que la primavera había llegado y que estaba floreciendo”, explica una de las protagonistas del documental.
Ese fue el combustible que necesitaba el movimiento independentista estonio. Incluso el Partido Comunista de Estonia comenzó a aceptar parte de las premisas nacionalistas e independentistas. El Frente Popular (Eesti Rahvarinne), creado el 1 de octubre de 1988, agrupaba las fuerzas nacionalistas.
En septiembre de 1988, el Soviet Supremo de Estonia proclamó que las leyes estonias estaban por encima de las soviéticas. Pese a las advertencias de Moscú, en mayo de 1990 se declaró la independencia, aunque manteniendo la Constitución soviética mientras no se redactase una nueva. Mientras los tanques soviéticos se acercaban -tal y como ya habían hecho en Lituania y Letonia- para dar un golpe de estado que acabara sofocando la Revolución Cantada, el 3 de marzo de 1991 se celebró un referéndum en el que el 77,8% de los votos apoyaba la declaración de independencia de la república báltica.
Catalunya ya se inspiró en la Cadena Báltica para la Via Catalana en 2013. La iniciativa se inspiró en la cadena que hicieron más de un millón y medio de ciudadanos de Estonia, Letonia y Lituania el 23 de agosto de 1989 para enlazar, a lo largo de 600 kilómetros, las capitales de los tres países (Tallin, Riga y Vilnius) para reivindicar su independencia de la Unión Soviética. Coincidió con los 50 años del pacto Mólotov-Ribbentrop, que se firmó nueve días antes de empezar la Segunda Guerra Mundial, por el que la Alemania nazi y la Rusia soviética se repartían la Europa Central y del Este.
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