Despertar de la invisibilidad, el hallar un hueco, el hacerse respetar, todo gracias a esa alzada de actitud y cabeza que otorgan la anestesia de la maravillosa y hallada química, más ese viaje a paraíso perdido donde todo vale nada, excepto la opinión y felicidad de uno.
Porque abren los ojos y dan coraje, ánimo y valentía de coger lo suyo y hacer realidad los sueños, puede que no todos, e incluso ninguno, pero la atrofiada y desganada vida se soporta y lleva con más apetencia y optimismo desde ese conformismo somnoliento y entumecido, sordo y pasota de quien vive para su querencia y que los demás se adapten a ella.
Porque se acabó ir a remolque, la humillación y vergüenza, la burla y pisoteo se desvanecen ante esa actitud chulesca de mancebo hecho adulto, cuya mayoría resuena en todos frentes y que Sam Rockwell sabe retratar con ese porte desgarbado y excedido, gamberro y bromista de perdedor que, a pesar de seguir perdiendo, encuentra acomodada ganancia que le vale para mejorar su existencia y la atención y admiración de quienes le rodean; no son los ideales pero ¡qué se va a hacer!, puede ser apto si se observa con la mirada atontada, dulce y distorsionada que ofrecen las fantásticas pastillas y el mundo que éstas ofrecen, hasta que el espabilado genio de la lámpara no necesite de más deseos edulcorados para afrontar su maltrecha realidad con positivismo de cambio.
Geoff Moore y David Posamentier escriben y dirigen un clásico envuelto en aires de disparate cómico, disfraz ingenuo para una nueva versión de paleto vuelto sabio y diestro gracias a esa deslumbrante amante y los planes de socorro que van tomando forma, belleza y sexo para encandilar al memo mandril y que realice la sucia maniobra de deshacerse de la molesta basura.
Propuesta independiente que no osa alcanzar grandes cuotas, vende modernidad y erotismo, base de un thriller, en el fondo, muy tradicional y casero de drama ausente y diversión ligera.
Vive de extremos personajes cuya absorción es tibia y mediocre, no involucra, ni atrapa o estimula, aporta una visión relajada y cómoda de presenciar el teatro sin excesivo esfuerzo y estando, con facilidad, al tanto de los pasos; agilidad de duración apropiada, sin complicado contenido, que se respira con trivialidad y descanso, devaneo oportuno para momentos de distensión donde no importa la delgadez y estrechez del argumento, la simpleza del contenido y la menudencia interpretativa, quieres pasar el rato y aliviar la mente, que el día ha sido duro y largo; y con esa función establece su horma con precisión y eficacia de consumirla sin indigestión y olvidarla tras su paso, para que no ocupe espacio en una mente saturada que brevemente dejó paso al esparcimiento plácido y moderada. “La clave para avanzar es empezar” a disfrutar la sensación de ir ganando; “ no se puede ayudar a todo el mundo, pero todo el mundo puede ayudar a alguien, y a veces, ese alguien eres tú”; empieza, avanza y medio gana.
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