El cineasta F.J. Ossang ha presentado su última película '9 dedos', un film noir, expresionista y post-apocalíptico que le valió el Leopardo de Oro al Mejor Director en la pasada edición del Festival de Cine de Locarno. El director francés participó en un debate, con Elvire, coguionista y actriz de la película. Cineasta, músico y escritor, el polifacético Ossang comienza su carrera artística en 1975 escribiendo poesía. En 1977 crea la revista Cée (Céeditions & Christian Bourgois) y en 1980 funda la banda de noise'n roll MKB Fraction Provisoire, responsables de la música de sus películas y de 9 álbumes de estudio. Estudia Cine en el Instituto de Estudios Cinematográfico de Francia (IDHEC, en sus siglas en francés) en París y rueda el cortometraje Le dérniere enigme (1982), un trabajo en el que fusiona sus dos grandes pasiones: el cine y la música. En su banda sonora participan algunos de los grandes del punk como Cabaret Voltaire, Killing Joe e incluso los españoles Esplendor Geométrico. Hasta hoy, ha rodado cinco cortometrajes y cinco largometrajes: L'Affaire des Divisions Morituri (1984); Le Trésor des Îles Chiennes (1991), ganador del Gran Premio del Festival de Belfort; Docteur Chance (1998); Dharma Guns (2010), y 9 Dedos (2017), Premio al Mejor Director en el Festival de Locarno. Ha publicado una decena de libros (novelas, antologías de poemas y ensayos), entre los que destacan Géneration néant (1993), W.S. Burroughs (2007) y un ensayo sobre la experiencia cinematográfica y el lenguaje fílmico en el mundo tecnológico actual, Mercure insolent (2013). Siete años después de su última película Dharma Guns (Mostra de Venecia) el artista multidisciplinar, poeta, escritor, músico y cineasta, F.J. Ossang participa en Locarno con su obra 9 dedos, una película oscura y misteriosa poblada de personajes seductores y ambiguos que recuerdan una improbable filiación entre Genesis y Marlene Dietrich. Es una película que cabría comparar con una sinfonía wagneriana donde el pesimismo y el heroísmo van de la mano. La oscuridad, el blanco y negro, domina todos los planos, como un manto que impide que la luz penetre. Es inútil buscar comodidad ni buena acogida en una cinta que, para ser sinceros, no busca en absoluto el consenso entre su público. El francés F.J. Ossang no hace cine; hace su cine, y esta posición radical, decididamente punk, debe respetarse.
Las atmósferas son las que le gustan al director: la noche envuelve a todos los personajes, tragados aparentemente por el abismo. Magloire, interpretado por un convincente Paul Hamy, escapa de un control de identidad policial. Su fuga es desesperada y desconocemos su meta. Magloire se topa casualmente con un hombre moribundo en la playa, al que roba una pequeña fortuna. Una banda de malhechores (increíble el reparto: Damien Bonnard, Gaspard Ulliel, Pascal Greggory y Lionel Tua) y dos femmes fatales (la medusa Elvire, musa y compañera del director, y la joven y prometedora Lisa Hartmann, quiere darle caza y, finalmente, con la presa exhausta, lo consigue. A partir de ese momento, Magloire es su rehén y, sobre todo, su cómplice. Tras un golpe fracasado, la comitiva se ve obligada a separarse y empieza un viaje a los infiernos a bordo de una nave que contiene un misterioso material radiactivo.
La cinematografía de F.J.Ossang se caracteriza por una pasión por el cine de género, el cine negro (Melville in primis), del cine mudo y del expresionismo alemán. La mezcla de estas influencias nunca es estéril, al contrario, el director consigue apropiarse de ella magistralmente. El resultado es apasionante y radical.
Film exigente tanto desde el punto de vista de la fotografía como desde el de los encuadres, elegantes y fríos pero nunca banales. Los personajes hablan poco y, cuando lo hacen, es para destilar líneas más que para comunicar realmente entre sí. Sus rostros parecen máscaras de cera y sus cuerpos, envoltorios vacíos. A pesar del oscuro universo que inunda atmósferas y personajes, no cabe duda de que late una esperanza sutil e inconstantemente a lo largo y ancho del metraje.
El tema del viaje, de la pérdida y, por último, de la deriva es dominante. Sin embargo, lo que cuenta siempre es el éxtasis final, perderlo todo). La música de M.K.B. (Fraction provisoire), grupo musical de Ossang, regala al film un substrato inquietante, seco y mecánico ,presentaNDO una humanidad corrompida que no cede a compromisos, como queriendo decir que la libertad se esconde con frecuencia en las tinieblas.
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