En su cuna ha ido Carlos Saura a pintar cinematograficamente el fado, tan luso y tan vecino nuestro él. Sin cine de transición que contar y sin guiones como La caza, Saura ha encontrado un filón en aunar arte y música, canción y prosa, baile y libreto, en un punto donde ya no sabemos donde empieza él y donde termina Storaro. Lo ha conseguido con Carmen, con las sevillanas, con el flamenco, con Goya, con Buñuel, con el tango, bodas de sangre y amores brujos. Ahora, sin un pipermint frappe de Pekenikes que llevarse a la boca seca del cine, siluetea los fados en la mas poética Lisboa, entonados por Carlos do Carmo, Mariza, o Lila Downs.
La luz de la cámara te enfrenta al fado desnudo y hay que estar muy sensibilizado para no quedar fuera de foco, perder el espíritu de la secuencia y jugar a ser un luso iluso y tristemente feliz. La historia no hace ninguna falta porque como la samba y la saudade cada canto es un mundo en si mismo. La fuerza del sentimiento es tal que ni la cuidada y colorista coreografía haría tampoco ninguna falta para recordar donde esta el corazón, donde los sentimientos y donde la poesía. Al salir, la humedad del atlántico nos acompañara y seguramente los fados seguirán sin gustarnos.
martes, 4 de diciembre de 2007
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