CIRCULO ROJO
Pocas imágenes resultan más impactantes en la
filmografía de Jean Pierre-Melville como la secuencia del delirium
tremens en Círculo rojo (Le cercle rouge, Jean-Pierre Melville, 1970). No tan
solo por lo explícito del horror mostrado, de la angustia que se palpa en esta
extenuante escena sino por su condición
de plano absolutamente ajeno al modus operandi habitual del director francés. Esta
escena la que muestra el camino que Melville, sin traicionar en absoluto su
ideología cinematográfica, toma en el último tramo de su carrera, un viaje que
va de lo ascético a lo explícito, a un convencionalismo más cercano al nuevo
thriller de los setenta que estaba emergiendo.
Círculo rojo es, con diferencia, el film donde la trama tiene un peso
más específico, donde la importancia recae más en la idea de contar una
historia con estructura concreta y que importe más que la profundidad, sin
menoscabarla, de los personajes implicados, como sí, de alguna manera el título
hiciera referencia a un círculo en su CARRERA
Estamos ante un film que se mueve en el universo de
los atracos perfectos y como es norma del subgénero la planificación y el
detalle forman el elemento clave de la acción. Melville recupera aquí el gusto
por la partición, por repartir el metraje en subtramas complementarias,
coordinándose entre ellas a través del background de sus protagonistas. Un trío que de
foma más evidente que en ninguna de sus otras películas dejan deslizar un mundo
interior que dista de estar deshumanizado.
En Círculo rojo nos encontramos con seres
humanos que, a pesar de seguir teniendo un código moral propio y definido, son
capaces de actuar más allá de él, de mostrar algún razonamiento o emoción. A
pesar de este dibujo común a los tres protagonistas sigue habiendo una personalidad
para cada uno de ellos: no estamos ante un protagonista absoluto, sino más bien
ante un FILM CORAL.
Esta coralidad permite observar, incluso desde el otro
lado del atraco (policías, gangsters rivales), una perversión de la mentalidad
criminal. Estamos ante personajes que pueden abandonar momentáneamente su
“ética” por el bien material, como si de alguna manera Melville trasladara a la
pantalla el signo de los tiempos y nos pusiera sobreaviso al respecto de una
era más cínica, más materialista y superficial incluso para el elemento
criminal.
Círculo rojo es un film perfectamente reconocible, dentro del universo melvilliano,
lo que no es óbice para detectar un agotamiento estilístico respecto de una
manera concreta de hacer cine. Como sí Melville quisiera cerrar su propio
círculo rojo dejando constancia y levantando testimonio no solo de la muerte de
una era en lo estrictamente temporal, sino también en lo cinematográfico. Círculo rojo es
quizás una obra menor, carente del empaque de otras obras, pero sirve como testimonio de una forma de hacer,
de esa fidelidad a sí mismo que no entiende de discusiones entre autores y
artesanos, el último aliento del que podríamos calificar como Le Samouraï del
polar francés
El amor que la Nouvelle Vague en
general y, posiblemente Jean Luc-Godard en particular, sentían por el Cine
Negro americano es tema archiconocido. No en vano el debut de Godard en el
largo Al
final de la escapada (À bout de
Souffle, 1960) no dejaba de ser un catálogo de intenciones por un lado y un sentido homenaje por otro. Lo que ha pasado más desapercibido,
cuando no directamente desechado como elemento superfluo y poco importante, es
el cameo de Jean Pierre-Melville en dicho film. Evidentemente el papel del
director francés es meramente testimonial pero ¿con qué propósito está ahí?
Evidentemente nada de lo que hace Godard en sus films
es gratuito, todo tiene una razón de ser y, si su film debía ser un noir re-inventado
eso implica que el homenaje no podía centrarse exclusivamente en lo americano
debiendo buscar la complicidad de aquel que podríamos llamar padre putativo de
la Nouvelle Vague, el hombre que a través de su cine inauguró una nueva forma
de ver el Noir:
El Polar francés.
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