viernes, 4 de mayo de 2018

Circulo rojo


CIRCULO ROJO
Pocas imágenes resultan más impactantes en la filmografía de Jean Pierre-Melville como la secuencia del delirium tremens en Círculo rojo (Le cercle rouge, Jean-Pierre Melville, 1970). No tan solo por lo explícito del horror mostrado, de la angustia que se palpa en esta extenuante  escena sino por su condición de plano absolutamente ajeno al modus operandi habitual del director francés. Esta escena la que muestra el camino que Melville, sin traicionar en absoluto su ideología cinematográfica, toma en el último tramo de su carrera, un viaje que va de lo ascético a lo explícito, a un convencionalismo más cercano al nuevo thriller de los setenta que estaba emergiendo.
Círculo rojo es, con diferencia, el film donde la trama tiene un peso más específico, donde la importancia recae más en la idea de contar una historia con estructura concreta y que importe más que la profundidad, sin menoscabarla, de los personajes implicados, como sí, de alguna manera el título hiciera referencia a un círculo en su CARRERA

Estamos ante un film que se mueve en el universo de los atracos perfectos y como es norma del subgénero la planificación y el detalle forman el elemento clave de la acción. Melville recupera aquí el gusto por la partición, por repartir el metraje en subtramas complementarias, coordinándose entre ellas a través del background de sus protagonistas. Un trío que de foma más evidente que en ninguna de sus otras películas dejan deslizar un mundo interior que dista de estar deshumanizado.
En Círculo rojo nos encontramos con seres humanos que, a pesar de seguir teniendo un código moral propio y definido, son capaces de actuar más allá de él, de mostrar algún razonamiento o emoción. A pesar de este dibujo común a los tres protagonistas sigue habiendo una personalidad para cada uno de ellos: no estamos ante un protagonista absoluto, sino más bien ante un FILM CORAL.
Esta coralidad permite observar, incluso desde el otro lado del atraco (policías, gangsters rivales), una perversión de la mentalidad criminal. Estamos ante personajes que pueden abandonar momentáneamente su “ética” por el bien material, como si de alguna manera Melville trasladara a la pantalla el signo de los tiempos y nos pusiera sobreaviso al respecto de una era más cínica, más materialista y superficial incluso para el elemento criminal.
Círculo rojo es un film perfectamente reconocible,  dentro del universo melvilliano, lo que no es óbice para detectar un agotamiento estilístico respecto de una manera concreta de hacer cine. Como sí Melville quisiera cerrar su propio círculo rojo dejando constancia y levantando testimonio no solo de la muerte de una era en lo estrictamente temporal, sino también en lo cinematográfico. Círculo rojo es quizás una obra menor, carente del empaque de otras obras, pero  sirve como testimonio de una forma de hacer, de esa fidelidad a sí mismo que no entiende de discusiones entre autores y artesanos, el último aliento del que podríamos calificar como Le Samouraï del polar francés
El amor que la Nouvelle Vague en general y, posiblemente Jean Luc-Godard en particular, sentían por el Cine Negro americano es tema archiconocido. No en vano el debut de Godard en el largo Al final de la escapada  (À bout de Souffle, 1960) no dejaba de ser un catálogo de intenciones  por un lado y un sentido homenaje  por otro. Lo que ha pasado más desapercibido, cuando no directamente desechado como elemento superfluo y poco importante, es el cameo de Jean Pierre-Melville en dicho film. Evidentemente el papel del director francés es meramente testimonial pero ¿con qué propósito está ahí?
Evidentemente nada de lo que hace Godard en sus films es gratuito, todo tiene una razón de ser y, si su film debía ser un noir re-inventado eso implica que el homenaje no podía centrarse exclusivamente en lo americano debiendo buscar la complicidad de aquel que podríamos llamar padre putativo de la Nouvelle Vague, el hombre que a través de su cine inauguró una nueva forma de ver el Noir: El Polar francés.
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