jueves, 7 de noviembre de 2019

sorry we missed you

Al inicio de 'Ken Loach, su vida y el cine', de Louise Osmond, pronucia la frase "el mundo deberia ser suficiente tal y como es".. Este documental incide en la forma en que el cineasta concibe ideológicamente su obra y que hablar de política no significa debatir en torno a propuestas teóricas ni retratar acontecimientos colectivos sino centrarse en la vida cotidiana de la gente corriente. En 2014, Loach anunció su retirada de la profesión después de más de medio siglo tras las cámaras. Pero el regreso de los conservadores al Gobierno en su país le hizo cambiar de opinión. Sus últimas películas hasta entonces habían sido títulos más amables, como el drama histórico irlandés 'Jimmy's Hall' (2014), que reivindicaba la importancia del baile y el ocio compartido en la configuración de la conciencia de clase. Pero desde su regreso con 'Yo, Daniel Blake' (2016) y la presente 'Sorry We Missed You' (2019), Loach y su guionista habitual, Paul Laverty, vuelven a centrarse en los calvarios sin respiro que sufre la clase obrera bajo el capitalismo del siglo XXI. En ambos casos, hay que reconocerles su capacidad para diagnosticar con atino las nuevas maneras de opresión que ejerce el sistema económico. En 'Yo, Daniel Blake', que consiguió la Palma de Oro en el Festival de Cannes, incidía en la brecha digital como un dispositivo de discriminación hacia las generaciones más veteranas, que quedan excluidas de todo tipo de asistencias o ayudas a las que solo se puede acceder a través de internet, al tiempo que visibilizaba las consecuencias de los procesos de redistribución urbana de la pobreza. En 'Sorry We Missed You' ( metáfora de los olvidados), Loach y Laverty retratan a una familia de clase media-baja que ha ido acumulando deudas desde el estallido de la crisis en 2008. Kris Hitchen se acaba de comprar una furgoneta con todos los ahorros familiares y confía ilusionado en que le sirva para establecerse como repartidor autónomo. Debbie Honeywood, toda una revelación trabaja como cuidadora a domicilio a sueldo de una empresa en diferentes casas. Sus hijos adolescentes Rhys Stone y Katie Proctor atraviesan los altibajos propios de su edad. Ricky se deja embaucar por la retórica hueca sobre emprendimiento, autosuperación y triunfo personal que le suelta su encargado, por lo que acaba aceptando las condiciones draconianas de su empleo como falso autónomo en una empresa de reparto.  Ricky deviene esclavo de sí mismo, un trabajador sin ningún tipo de derecho que contempla cómo su jornada laboral ahora abarca las 24 horas del día y los siete días de la semana. La película retrata la progresiva conversión del trabajo de Ricky en un auténtico caos laboral de la que parece imposible escapar. Loach aborda otra de esas realidades acuciantes que apenas se visibilizan en el cine, el trabajo de los cuidadores. En una trama secundaria por momentos más profunda que la principal, la película resigue las complicaciones del oficio de Abby y la situación cada vez más habitual de tantas personas dependientes que viven solas y cuentan solo con la ayuda y el afecto, en este caso desinteresado, de estas profesionales. Para más inri, el comportamiento propio de su edad de su hijo adolescente les complica todavía más las cosas a Abby y Ricky. Pocas películas analizan los efectos de la llamada uberización del trabajo en la vida de las personas. Desde su arranque, el filme de Loach y Laberty desmonta toda la palabrería con que se venden estos nuevos modelos de empleo en que el trabajador renuncia a todos sus derechos para convertirse en un explotador de sí mismo. La película apela a la audiencia también en su condición de beneficiaria de los cada vez más numerosos servicios que instauran este tipo de precarización laboral como mensajerías, compras por Internet, alternativas al taxi, comidas a domicilio... Si el foco en estas nuevas formas de explotación resulta oportuno y apropiado, la manera en que se articula dramáticamente peca de una excesiva recreación en el dolor ajeno. Desde que aparece Ross Brewster, el empleador de Ricky, con su retórica de 'emprendedor' y aspecto de adicto al gimnasio, se adivina que las cosas no le van a ir bien al protagonista. Loach sitúa al espectador en la posición de saber que está a punto de asistir a un drama en que el protagonista lo va a pasar mal o peor. Tierra y libertad forever
El descenso a los infiernos de la economía neoliberal de la familia protagonista resulta en todo momento creíble, pero también se estructura desde el frío cálculo de ir sometiéndolos a una creciente crueldad a fin de conmover al máximo al espectador a través de recursos tan previsibles como torpes (ay, esa botella de agua en la furgoneta). Porque todos los acontecimientos en la película están pensados solo para complicarles la vida a los personajes, de manera que todo lo que les pueda ir mal, irá a peor. Hasta el punto que los protagonistas no se definen más allá de esta condición de víctimas pasivas y dolientes de un innegable capitalismo feroz. Así, el cine de Koach y Laverty no se apoya tanto en la vertiente humana de los personajes como en su condición única de víctimas pasivas y agónicas. Y resulta inevitable plantearse si su denuncia de la uberización resultaría igual de popular si no apelara de forma tan bruta a la compasión de los espectadores.

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