Cristian Mungiu se nos aparece como un talentoso director. La película llega en un momento con varias clínicas abortivas bajo juicio y los lideres de la derecha triturando fetos en sus vocablos. Terrible y dura historia la de Anamaria Marinca que el espectador sobrelleva habiendose tragado el anzuelo del director entre el dolor insoportable y una sonrisa evasiva que ayuda a conllevarlo como la cena con el novio, el falso doctor o la escena del hotel.
Nos muestra la narración Mungiu sin mojarse ni reflexionar sobre el aborto en el mismo corazón de una dictadura comunista. Ni ayuda moral ni apoyo emocional para el espectador que se encuentra solo frente a la no fácil decisión. Mungiu hace lo mismo con la protagonista. No le hace asumir su realidad sino que la traslada a su amiga convirtiendo un film sobre el aborto en otro sobre la amistad y su necesidad o conveniencia.
Situada la acción en la Rumania de los 80, las dos amigas luchan por su derecho a decidir en las peores condiciones posibles y con la espada de la condena de presidio sobre sus cabezas. Palma de Oro de Cannes merecidisima que le debería valer como salvoconducto para permanecer un tiempo en nuestras salas y no desaparecer al momento por el desagüe de la distribución como dicen que hacen con los abortos aunque sean de la derecha mas conservadora.
sábado, 26 de enero de 2008
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