El imaginario del doctor Parnassus es una película profundamente autorreflexiva y personal, una obra compendio a la vez dulce y sardónica, cálida y agridulce, ingenua y cínica como el resto de sus fantasías.
Pero, ante todo, Parnassus es, como su creador, una obra idealista y sincera. Si el cine se nutriera solo de integridad artística, sería una obra maestra. En cambio, es una carroza carnavalesca majestuosa pero harapienta y algo descarriada a causa de su episódica estructura y su narrativa inconsistente –finalizarla, queda patente, fue como completar un rompecabezas--, y su falta de lo que las mejores películas de Gilliam sí tienen: grandes personajes y emociones complejas. Pero aunque no nos hallemos ante un autor exactamente recuperado de su crisis de salud creativa, desde luego ha salido airoso de la terrible situación en la que lo situó la muerte de Heath Ledger, dándonos acceso a ese desfile hiperactivo de color, ruido y surrealismo, a ese tesoro de rarezas, que es su cabeza.
Terry Gilliam ha elegido a Christopher Plummer, Heath Ledger, Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell como sus interpretes. Dado que El imaginario del doctor Parnassus es una defensa a ultranza del poder de la imaginación para reparar este maldito mundo, es curioso que para llevarla a cabo Terry Gilliam haya echado mano de influencias como el mito de Fausto, Shakespeare y, sobre todo, su propia obra previa, principalmente Los héroes del tiempo, El rey pescador, Brazil y Las aventuras del Barón Munchausen.
domingo, 25 de octubre de 2009
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