Mel Gibson se vuelve a desafiar así mismo, a sus personajes, a sus temas, haciendo como dice los filmes que nadie quiere hacer. Quiza Eastwood. Sigue con sus actores, un camino tortuoso, una forma nueva de way life americano con que llega a una América paradisiaca. Parte para ello de un pais precolonial, del lejano Oeste, primitivo, salvaje, y superviviente,de enorme fuerza visual y ya podriamos empezar a decir a estas alturas gibsonsiano. Para ello no ahorra vísceras, piernas amputadas y cabeza rodantes en una Omaha spilbergriana, sin llegar a crudeza sovietica de comerse el intestino caliente de un moribundo. Gibson empaña de profundas raíces cristianas, hace de una caso real, la lucha sin armas del joven recluta antibelicista y que salvo decenas de vidas, asume las victimas con fruición épica, revelando diferentes formas de morir hasta ahora reservadas a los montadores en una corriente de popularizar el horror para hacerlo mas visible algo parecido a las ultimas aportaciones de torturas desveladas ahora por la inquisicion. Pero la lucha de Gibson es con la taquilla y esta vez lleva las de ganar. Esta vez esta mas avispado que los japoneses encargados de rematar heridos marines. Genero belico, infierno belico, segunda guerra mundial en el Pacifico, y un asalto a una colina, ultimo reducto de unos hombres acorralados por el destino y por la belleza anterior de Okinawa. El mito de Desmond Doos, se revela fuerte en su religiosidad y defendible en aquel caos sin una sola arma. Fue el primer objetor de conciencia condecorado por su valor demostrado como voluntario medico de campaña. El camino de Gibson empezo con Braveheart, siguio en Apocalypto y lo ha llevado hasta aqui, armas letales aparte. UN FILM RELIGIOSAMENTE VIOLENTO. En concreto 'Hasta el último hombre' habla de Desmond Doss, que durante la Segunda Guerra Mundial se alistó voluntario para servir en el frente como médico y que, a pesar de su negativa a empuñar un arma –sus convicciones religiosas se lo prohibían—, en el frente llevó a cabo actos increíblemente heroicos. Doss es un hombre a quien a buen seguro Gibson querría parecerse. Es ferviente y piadoso, no bebe y no mataría ni a una mosca. Su alistamiento en el ejército causa la confusión de los oficiales y otros soldados –un verdadero quién es quién de estereotipos del cine bélico—, que lo consideran un cobarde o un idiota o ambas cosas, y le acarrea insultos y palizas y hasta la cárcel. A pesar de ello, Doss nunca vacila, y una vez su unidad se ve inmersa en el infierno en el campo de batalla de Okinawa, su coraje lo lleva a salvar él solo 75 vidas.
A estas alturas nadie confundiría a Gibson con un narrador sutil. Siempre ha hecho sus películas a golpe de martillo, echando mano de universos morales simplistas y golpes de efecto dramático. Pero nunca antes había sido tan tosco como aquí. En su búsqueda de la emoción nos arroja las escenas a la cara como un púgil que lanza 'uppercuts' a un contrincante arrinconado. Primero, a través de una primera mitad que recrea la infancia de Doss y su primer amor. Una hora entera de soldados que gritan envueltos en llamas, miembros despedazados, decapitaciones parciales, órganos convertidos en trizas y primeros planos de ratas que devoran vísceras. Incluso hay un momento en el que un soldado agarra el torso de un compañero que ha sido partido en dos por una explosión y lo usa a modo de escudo mientras corre y dispara contra el enemigo, y fragmentos de tripas del muerto pueden verse colgando. Al cabo de un rato uno empieza a sospechar que Doss es una mera excusa. Tal vez fabricó una polea improvisada y se dejó las manos en carne viva haciendo descender a los hombres por el acantilado. Quizá se hizo el muerto para esconderse de los japos y, con el rostro cubierto de suciedad, sudor y sangre, dijo en voz alta: "¡Por favor, Dios, déjame salvar a uno más!"(Schlinder)?. Y tal vez, solo tal vez, llegó a librarse de una granada de un zapatazo al vuelo.
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