Parece difícil no pensar, que la mejor actuación de Mickey Rourke desde El borracho, nominado a los Oscars, no sea, mas que su rehabilitacion como ser y como profesional, en vez de una promoción a las retransmisiones de combates que dan alguna cadenas basura y que absorven a los chicos. Era difícil no pensar que repetiría la figura Hulk Hogan, pero en cambio consigue controlar cada milímetro de su registro conduciéndose hacia un personaje de gran calado humano. Un luchador que además tiene sentimientos y sabe donde están y expresarlos. No nos cuentan lo que ha entrenado para conseguir esta credibilidad en el cuadrilátero, aunque prefiero la singularidad de Cassius Clay.
Darren Aronofsky, que despunto con Pi y poco mas, deja de hacer el paripé, de creerse un autor y realiza un film clásico que se agradece, -aunque siempre siga al protagonista por la espalda y cámara en mano-, y con gran coherencia con la historia que quiere contar. Elogiar a un perdedor.
Con referencias al gran cine de boxeo y púgiles, de Wise, Robson, Mann o Huston, Rourke compone el personaje triste y solitario que solamente se realiza en el ring, donde resume y auna con fuerza y técnica, al alcohol, los striptease, la soledad y los cambalaches. Ahí olvida los avisos de su corazón, las advertencias y ultimátums de su amor y chica de alterne y la compleja relación con su hija.
Marisa Tomei, Evan Rachel Wood y Mark Margolis, acompañan a Rourke en este biopic de Randy The Ram Robinson, vieja gloria de la lucha libre. Un Rourke que además ha roto con las figuras tipo Rocky Balboa, que aun perdiendo, es optimista en el sueño americano. Rourke, coincide con la nueva era del podemos en EEUU. Y lo que puede ahora además de ganar quizá el oscar, es pasear su figura de perdedor limpio por el único camino que le queda delimitado por las cuerdas: la lona.
domingo, 22 de febrero de 2009
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