Conversaciones, pequeños odios, emociones de lágrima y leves sonrisas jalonan este drama que en el filo del dramatismo, bordea la cuerda floja de la serenidad y posee un impresionante equilibrio hacia la risa, como demuestra en el relato del robo del maíz. Pero también hay tragedia con las ausencias mas queridas y el dolor que producen. El espectador no puede menos que querer, amar a los personajes de Hirokazu Kore-Eda, que interpretan a la maravilla sus debilidades y son principalmente Hiroshi Abe, Yui Natsukawa, You y Kazuya Yamasaki. Naturalismo en el estilo del mas puro cine clásico japones con lo que se acerca a la categoría de los grandes maestros.
En el film una pareja de ancianos recibe a su familia para celebrar el recuerdo anual de otro hijo muerto hace años en accidente. Un ritual acompañado como no con la imprescindible gastronomía, diferentes comidas excesivamente abundantes que ayudan a sobrellevar las veladas.
El autor de Nadie sabe y de Hana rinde en este filme homenaje al que considera su modelo a seguir, Yasujiro Ozu del que sabe extraer su capacidad de oler la emoción, de respirar sensibilidad y de acariciar la ambiguedad del calor humano. Culturalmente nos sitúa para siempre en las tipicas casas diminutas de finas paredes, que dan a unas calles estrechisimas y que oyen el rugir del tren a los lejos con su constante trepidar. La generaciones se esperan en el paso ineludible del tiempo y como animales se lamen sus heridas en un proceso que va desnudando el esqueleto de la conciencia humana, no solamente la japonesa.
miércoles, 10 de junio de 2009
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