Considerables dosis de realismo en esta segunda película de Andrezj Jakimowski, un director que aporta magia, mientras juega con la suerte y el destino que le sirven y que le ayudan a dotar a su argumento de unos matices cómicos, pero también una poderosa emotividad. Todo ello envuelto en una inmensa melancolía que proporciona la amplia descripción de la vida proletaria en un pueblo de la vieja Europa.
La cámara contempla como sus habitantes danzan a través de los espacios que nos indican y descubren nuevas facetas del lugar hasta hacernos sentir como el turista llevado en volandas por una aldea que aparece encantada.
Damian Ul, Ewelina Walenziak y Tomas Sapryk, son el niño que despierta a los avatares de la vida durante un verano. Cálido filme, sobre todo en los metrajes de la estación, donde los trenes se cruzan constantemente. En las vías y raíles donde juega el pequeño es donde anida la despreocupación que nos deja un sabor mágico y de felicidad.
miércoles, 29 de abril de 2009
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